domingo, 24 de junio de 2007

Siempre podemos decir algo ...

"Primero vinieron a buscar a los comunistas
y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos
y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas
y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos
y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero, para entonces,
ya no quedaba nadie que dijera nada".

Martin Niemöller (1945)

domingo, 27 de mayo de 2007

Ver más allá ... es esencial ...

Creo que lo social, asunto al que hemos decidido dedicarnos el resto de la vida al estudiar lo que estudiamos, va a involucrarnos siempre en temas complejos ... que no pueden catalogarse de igual modo para todos los casos ... que requerirán una reflexión profunda antes de que podamos emitir una opinión o un comentario ... que nos obligarán a valorar la situación exacta en que nos encontramos y todo lo que pueda determinarla ... Es por esto, que nuevamente cito a Felipe Berríos en este Blog. Porque nuevamente me ha sorprendido con uno de sus interesantes artículos. Quiero compartirlo con ustedes ...


UN PROBLEMA EMBARAZOSO

Por Felipe Berríos, SJ


Una mamá de un campamento de la periferia de Santiago me contó que de nuevo sería abuela. Yo la felicité. Pero al darle un abrazo ella se puso a llorar. Entre lágrimas me contó que la hija que esperaba guagüita recién había cumplido sus quince años y que ella ni sabía que tuviera pololo. Me preguntaba ¿por qué a ella le sucedía eso, si siempre había enseñado bien a sus hijos? Decía que tal vez muchas veces le faltó para darle las cosas materiales que necesitaban, pero que nunca les había faltado el cariño. Que siempre se había preocupado de darles una buena formación, buenos valores y también había insistido en que se cuidaran. Continuaba llorando y me decía que hace tres años su otra hija había pasado por lo mismo, que había sido un golpe muy duro para ella y su marido y que creyó que la lección estaba aprendida, que nunca le pasaría lo mismo con su hija menor. Terminó diciéndome que igual le daba gracias a Dios, pues las guagüitas son una bendición de Él, pero que no esperaba que fuera de esa manera. Se secó las lágrimas y como diciendo que la vida debe continuar, me dijo sonriendo: "voy a ser abuela por segunda vez y todavía no se me casa ningún hijo".


Ese día al llegar a la oficina de Un techo para Chile me llamó la atención que unos jóvenes que trabajan allí estuvieran vestidos formalmente. Me enteré de que el motivo era que ese día recibirían los títulos profesionales de sus respectivas carreras. Ellos estaban felices de haber terminado una etapa importante en sus vidas. Al fin serían profesionales. No pude dejar de relacionar esto con lo que poco antes me había dicho la señora del campamento. Podía ahora entender, en parte, algo que me era incomprensible. Los jóvenes universitarios contaban con un proyecto de vida que incluía tener una profesión e ir haciendo las cosas paso a paso, ordenadamente. Pero, ¿qué proyecto de vida podía tener una chiquilla de quince años que vive en un campamento, estudiando en un liceo de tercera categoría, viendo en las teleseries una vida que ella nunca tendrá y sus padres transmitiéndoles valores que ella, viendo hoy donde están, piensa que no les sirvieron de nada para surgir?


Desde esa perspectiva, al tener una guagüita ella podría llegar a ser alguien, la haría ser una mamá y eso sería similar a tener un título. No sólo pasaría a ser de otra categoría en su casa, en el liceo y en el campamento, sino que también sería alguien, sería mamá. No tenía nada que perder y mucho que ganar. Tal vez ella nunca pensó conscientemente de esta manera. Pero era fácil haber visto en su hermana y las otras chiquillas del campamento que habían pasado por lo mismo, cómo llegaron a ser alguien ahora que eran mamás. Estando embarazada, y luego como madre, tendría un "proyecto de vida", algo por qué vivir.


Con matices, esta realidad se repite en muchas jóvenes a las que no les damos la posibilidad de proyectarse en algo en sus vidas. Algo que las motive a posponer cosas y ordenarse en otras buscando un fin. Me parece que el embarazo adolescente en un amplio sector social no es sólo una cuestión de no tener formación ni valores. Tampoco es sólo una cuestión de no saber cuidarse, de no conocer los métodos anticonceptivos. Creo que en su raíz hay un problema más profundo, un problema de expectativas de vida. A falta de un proyecto de vida, que me haga priorizar, esforzarme para conseguir lo que busco, ordenar mis afectos y mi vida en pro de algo. A falta de ese proyecto, lamentablemente, el embarazo adolescente inconscientemente se presentará como una posibilidad en la cual una muchacha no tiene nada que perder y mucho que ganar.



Para pensar, ¿no?


Algo para tener en cuenta en todo momento ...



"Lo esencial es invisible a los ojos ...
es con el corazón con que vemos"


Antoine de Saint-Exúpery


domingo, 13 de mayo de 2007

A modo de Bienvenida

Una vez, en una revista, leí un artículo que consideré muy bueno y digno de dejarlo para la reflexión. En ese momento me hubiese gustado que much@s lo leyeran, pero no podía asegurarme de que hubiéramos coincidido en leer la misma revista, ni la misma edición.
Pues bien, he aquí una instancia para compartirlo con ustedes.

Ajedrez o Ludo.


(Felipe Berríos)

Desde que era niño nunca me atrajo el juego de ajedrez. Reconociéndole todos los méritos que tiene este juego-deporte y quienes con gozo lo practican, sin embargo prefería que los juegos tuvieran algo de azar más que seguir estrategias cuidadosamente estudiadas. Prefería los juegos donde no se calculara nada, sino que más bien había que dejarse sorprender por la espontaneidad de las cartas o de los dados.

Recuerdo que existía un juego muy simple que se llamaba ludo. Este juego consistía en que cada jugador, de un máximo de cuatro, tiraba por turnos dos dados y éstos indicaban cuántos espacios debía avanzar la ficha de cada jugador. El que lograba llegar primero con todas sus fichas al casillero final, era el ganador. Parecía un juego tonto al lado del ajedrez, pero de él se podía aprender algo para la vida mucho más importante que lo que enseñaba el suesudo ajedrez. Del ludo aprendí algo que ocultaba el ajedrez y es que la vida tiene mucho de impredecible, de riesgo, de espontaneidad. Que vivir la vida moviendo mis fichas para seguir estrategias que buscan hacerle jaque mate al otro no vale la pena.

Qué triste es aprender a actuar movido no por lo que parece correcto en cada momento, sino que actuar pensando en las repercusiones que tendrán mis movimientos en las jugadas futuras y actuar previendo lo que puedo perder en cada jugada. Actuar pensando por sobre todo en ganar el juego, no importando lo que se pierda en el camino o lo que se tenga que transar para ello. Vivir la vida obedeciendo jugadas predeterminadas no es vivir. Es cierto que el ajedrez como el ludo son sólo juegos y hay que tomarlos como tales. Pero cada vez tengo más fuerte la sensación de que los adultos les enseñamos a los jóvenes a vivir la vida como si fuera un juego de ajedrez. Viven ocupados y tensos, como conscientes de que cada movimiento, cada opción, les puede costar el juego. Parecen espontáneos, pero siempre están pensando lo que pasará en siete jugadas más adelante.

Muchos no quieren jugar así y patean el tablero de la vida que les hemos puesto y se meten en el trago, la droga o, simplemente, no quieren vivir. La juventud despreocupada, alegre y espontánea que nos muestran los medios de comunicación es un mito. Basta escuchar la letra de los rap que tararean los jóvenes para descubrir que viven la vida con la misma seriedad y presión con que un ajedrecista que es observado mueve sus piezas. No se trata de pedir que los jóvenes vivan la vida sin seriedad y que sus opciones no tengan importancia. Se trata más bien de enseñarles a vivir la vida con la alegría, con la soltura y con la espontaneidad con que se juega el ludo. Porque la vida, por mucho que ella se planifique, tiene mucho de imponderable y eso hace que la espontaneidad para vivirla sea necesaria para gozarla. Hay que saber vivir jugándosela por lo que en conciencia percibimos que es lo correcto, sin cálculos, sin estrategias, sin medir consecuencias. Saber que la vida es un juego sonde cada jugador tiene derecho a equivocarse y que, tal vez, el único error sea no haberse equivocado nunca y perder la jugada por pensarla mucho.

Lo que te hace ganador es jugar el juego, es apostar la vida, es compartir la alegría de saberse llamados a compartir el juego. Jóvenes, destierren el miedo y apuesten la vida a lo que les parece correcto, con la misma audacia con que en un juego se tiran los dados.


¿Qué más social que el modo de ver y vivir la vida?